lunes, 12 de agosto de 2013

PARA ESTUDIANTES QUE DEBEN LA ACTIVIDAD SOBRE BORGES

La escritura de Dios/ J.L. Borges


    La cárcel es profunda y de piedra; su forma, la de un hemisferio casi perfecto, si bien el piso (que también es de piedra) es algo menor que un círculo máximo, hecho que agrava de algún modo los sentimientos de opresión y de vastedad. Un muro medianero la corta; éste, aunque altísimo, no toca la parte superior de la bóveda; de un lado estoy yo, Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, que Pedro de Alvarado incendió; del otro hay un jaguar, que mide con secretos pasos iguales el tiempo y el espacio del cautiverio. A ras del suelo, una larga ventana con barrotes corta el muro central. En la hora sin sombra se abre una trampa en lo alto,, y un carcelero que han ido borrando los años maniobra una roldana de hierro, y nos baja en la punta de un cordel, cántaros con agua y trozos de carne. La luz entra en la bóveda; en ese instante puedo ver al jaguar.      He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla; yo, que alguna vez era joven y podía caminar por esta prisión, no hago otra cosa que aguardar, en la postura de mi muerte, el fin que me destinan los dioses. Con el hondo cuchillo de pedernal he abierto el pecho de las víctimas, y ahora no podría, sin magia, levantarme del polvo. 
    La víspera del incendio de la pirámide, los hombres que bajaron de altos caballos me castigaron con metales ardientes para que revelara el lugar de un tesoro escondido. Abatieron, delante de mis ojos, el ídolo del dios; pero éste no me abandonó y me mantuvo silencioso entre los tormentos. Me laceraron, me rompieron, me deformaron, y luego desperté en esta cárcel, que ya no dejaré en mi vida mortal.
    Urgido por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo, quise recordar, en mi sombra, todo lo que sabía. Noches enteras malgasté en recordar el orden y el número de unas sierpes de piedra o la forma de un árbol medicinal. Así fui revelando los años, así fui entrando en posesión de lo que ya era mío. Una noche sentí que me acercaba a un recuerdo preciso; antes de ver el mar, el viajero siente una agitación en la sangre. Horas después empecé a avistar el recuerdo: era una de las tradiciones del dios. Éste, previendo que en el fin de los tiempos ocurrirían muchas desventuras y ruinas, escribió el primer día de la Creación una sentencia mágica, apta para conjurar esos males. La escribió de manera que llegara a las más apartadas generaciones y que no la tocara el azar. Nadie sabe en qué punto la escribió, ni con qué caracteres; pero nos consta que perdura, secreta, y que la leerá un elegido. Consideré que estábamos, como siempre, en el fin de los tiempos y que mi destino de último sacerdote del dios me daría acceso al privilegio de intuir esa escritura. El hecho de que me rodeara una cárcel no me vedaba esa esperanza; acaso yo había visto miles de veces la inscripción de Qaholom y sólo me faltaba entenderla. 
    Esta reflexión me animó, y luego me infundió una especie de vértigo. En el ámbito de la tierra hay formas antiguas, formas incorruptibles y eternas; cualquiera de ellas podía ser el símbolo buscado. Una montaña podía ser la palabra del dios, o un río o el imperio o la configuración de los astros. Pero en el curso de los siglos las montañas se allanan y el camino de un río suele desviarse y los imperios conocen mutaciones y estragos y la figura de los astros varía. En el firmamento hay mudanza. La montaña y la estrella son individuos, y los individuos caducan. Busqué algo más tenaz, más invulnerable. Pensé en las generaciones de los cereales, de los pastos, de los pájaros, de los hombres. Quizá en mi cara estuviera escrita la magia, quizá yo mismo fuera el fin de mi busca. En ese afán estaba cuando recordé que el jaguar era uno de los atributos del dios. 
    Entonces mi alma se llenó de piedad. Imaginé la primera mañana del tiempo, imaginé a mi dios confiando el mensaje a la piel viva de los jaguares, que se amarían y se engendrarían sin fin, en cavernas, en cañaverales, en islas, para que los últimos hombres lo recibieran. Imaginé esa red de tigres, ese caliente laberinto de tigres, dando horror a los prados y a los rebaños para conservar un dibujo. En la otra celda había un jaguar; en su vecindad percibí una confirmación de mi conjetura y un secreto favor.
    Dediqué largos años a aprender el orden y la configuración de las manchas. Cada ciega jornada me concedía un instante de luz, y así pude fijar en la mente las negras formas que tachaban el pelaje amarillo. Algunas incluían puntos; otras formaban rayas trasversales en la cara interior de las piernas; otras, anulares, se repetían. Acaso eran un mismo sonido o una misma palabra. Muchas tenían bordes rojos. 
    No diré las fatigas de mi labor. Más de una vez grité a la bóveda que era imposible descifrar aquel testo. Gradualmente, el enigma concreto que me atareaba me inquietó menos que el enigma genérico de una sentencia escrita por un dios. ¿Qué tipo de sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra, y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo, universo.
     Un día o una noche -entre mis días y mis noches ¿qué diferencia cabe?- soñé que en el piso de la cárcel había un grano de arena. Volví a dormir; soñé que los granos de arena eran tres. Fueron, así, multiplicándose hasta colmar la cárdel, y yo moría bajo ese hemisferio de arena. Comprendí que estaba soñando: con un vasto esfuerzo me desperté. El despertar fue inútil: la innumerable arena me sofocaba. Alguien me dijo: "No has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de los granos de arena. El camino que habrás de desandar es interminable, y morirás antes de haber despertado realmente." 
    Me sentí perdido. La arena me rompía la boca, pero grité: "Ni una arena soñada puede matarme, ni hay sueños que estén dentro de sueños." Un resplandor me despertó. En la tiniebla superior se cernía un círculo de luz. Vi la cara y las manos del carcelero, la roldana, el cordel, la carne y los cántaros.
    Un hombre se confunde, gradualmente, con la forma de su destino; un hombre es, a la larga, sus circunstancias. Más que un descifrador o un vengador, más que un sacerdote del dios, yo era un encarcelado. Del incansablee laberinto de sueños yo regresé como a mi casa a la dura prisión. Bendije su humedad, bendije su tigre, bendije el agujero de luz, bendije mi viejo cuerpo doliente, bendije la tiniebla y la piedra. 
    Entonces ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo (no sé si estas palabras difieren). El éxtasis no repite sus símbolos: hay quien ha visto a Dios en un resplandor, hay quien lo ha percibido en una espada o en los círculos de una rosa. Yo vi una Rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo. Esa Rueda estaba hecha de agua, pero también de fuego, y era (aunque se veía el borde) infinita. Entretejidas, la formaban todas las cosas que serán, que son y que fueron, y yo era una de las hebras de esa trama total, y Pedro de Alvarado, que me dio tormento, era otra. Ahí estaban las causas y los efectos, y me bastaba ver esa Rueda para entenderlo todo, sin fin. ¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir! Vi el universo y vi los íntimos designios del universo. Vi los orígenes que narra el Libro del Común. Vi las montañas que surgieron del agua, vi los primeros hombres de palo, vi las tinajas que se volvieron contra los hombres, vi los perros que les destrozaron las caras. Vi el dios sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos procesos que formaban una sola felicidad, y, entendiéndolo todo, alcancé también a entender la escriturad del tigre. 
    Es una fórmula de catorce palabras casuales (que parecen casuales), y me bastaría decirla en voz alta para ser todopoderoso. Me bastaría decirla para abolir esta cárcel de piedra, para que el día entrara en mi noche, para ser joven, para ser inmortal, para que el tigre destrozara a Alvarado, para sumir el santo cuchillo en pechos españoles, para reconstruir la pirámide, para reconstruir el imperio. Cuarenta sílabas, catorce palabras, y yo, Tzinacán, regiría las tierras que rigió Moctezuma. Pero yo sé que nunca diré esas palabras, porque ya no me acuerdo de Tzinacán.      Que muera conmigo el misterio que está escrito en los tigres. Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él, y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora, es nadie. Por eso no pronuncio la fórmula, por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad.  


ACTIVIDAD

Instrucciones generales: A partir de la lectura y relectura del cuento y del trabajo de seguimiento de pistas textuales realizar lo siguiente:


a) Escribir un comentario crítico de un mínimo de 600 palabras
b) Este debe responder a la siguiente pregunta problema: 

¿De que modo la intertextualidad y el concepto de literatura como reescritura es posible distinguir en el relato de Borges?



c) A partir de lo anterior se debe proponer una interpretación del cuento.





d) Plazo para subir el comentario, hasta el miércoles 14 de agosto.
 

1 comentario:

  1. En un primer acercamiento al cuento "La escritura de Dios" de Borges podemos identificar de forma clara la presencia de un elemento histórico que dará una columna narrativa al texto, éste hace directa relación con el suceso de conquista del pueblo Azteca y la caída del imperio a manos del colonizador español. Desde este punto de partida se hace evidente que la construcción ficticia inherente a la literatura es maniobrada por Borges desde componentes que hacen referencia a lo ya ocurrido -es una especia de juego que utiliza Borges entre historia,ficción y literatura para dar vida a la escritura- y desde ahí abre lo que significará la palabra de Dios en la naturaleza, en este caso el jaguar, y su relación con la universalización del conocimiento en un entramado que hará de síntesis en cierto sentido. Borges acude a la intertextualidad para escribir sus obras utilizando esta como andamiaje fundamental por sobre el cual se erigen las historias ficticias de su narrativa, pero no sólo utiliza a ésta de forma de acudir a algo ya mencionado o incluido en alguna otra obra o incluso de - y como ya se mencionó - la historia en general, si no que es la intertextualidad quién concibe el conocimiento como un complejo entramado de elementos existentes, que da con una estructura del saber de carácter universal capaz de explicar de forma simbólica la realidad, ejemplo claro de esto es lo sucedido en el cuento en cuestión, en tanto el hombre intenta descifrar el lenguaje de Dios y en un final logra encontrarse con figuras (la rueda) que representan lo buscado. Desde ahí surgen entonces gran parte de las concepciones Borgeanas en cuanto a la obra literaria; éstas giran entorno a postulados principales que nos dirán como la construcción del texto forma parte de un proceso concatenado y de repetición de lo ya creado, es decir, todo texto para ser en si mismo debe inevitablemente recurrir a otros, esto se refiere a rescatar elementos ya propuestos en obras de diferente índole, si hacemos entonces un breve aterrizaje de lo planteado en el cuento expuesto podemos decir que para interpretar la realidad se hace imperativo acudir al centro de conocimiento (la rueda), claro es que para que un texto sea debe acudir a este conocimiento universal y dialogar con él de tal forma de rescatar elementos dispuestos ya en su entramado como regla para su existencia. Este dialogo descrito entre el texto recreador y la estructura universal da por sentada la relación crear-reinterpretar utilizada por Borges, ésta nos plantea nuevamente que la creación de un escrito no es más que la reinterpretación de alguno de los elementos que componen el ya mencionado entramado universalizador, por ende es la negación inminente de la creación pura y dura, nada ya es creación en si misma si no que reinterpretaciones de lo ya existente. Podemos decir entonces que una posible cuantificación de los vértices - haciendo alusión a los elementos - que componen la red de la estructura universalizante ha llegado a su finalización, no lográndose nuevas creaciones puras sino que sólo relecturas, ¿es entonces un agotamiento creativo del hombre? ¿o se abre un nuevo proceso en que el hombre debe utilizar elementos preexistentes y volver a interpretar el mundo?, es una interrogante que tiene su correlato en el cuento que se nos presenta en el momento en que el hombre visualiza en la red o entramado de la rueda componentes ya existentes y muchos de ellos conocidos por él, desde las figuras visibles en la piel del jaguar se abre el paso hacia el conocimiento universal, hacia la relectura del todo. El hombre indígena sometido violentamente por la fuerza colonizadora deberá encontrar la palabra de Dios mediante su conocimiento adquirido, mediante las figuras que forman parte del entramado como lo es el jaguar y su conocimiento en su medio natural (y no en la celda), para liberarse de la celda debe reinterpretar los elementos del entramado logrando visualizarlo y construyendo una relectura de aquellos para comprender el lenguaje divino.

    Federico García.

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